La principal misión de las escuelas es crear obreros obedientes y disciplinados. No son para enseñar ningún saber ni para transmitir conocimientos. Si quieres adquirir saber, léete cien libros de cien sabios, incluso con la mitad se podría adquirir tanto conocimiento como en una licenciatura universitaria (ahora les llaman grado: ¿celsius o farenheit?). Los profesores somos el último eslabón en la cadena de transmisión del sistema de adoctrinamiento. Domadores. La disciplina es lo primero. Las aulas están concebidas para que la disciplina sea primordial. Un aula en realidad es una imitación de una oficina: un encargado vigila que todos los copistas adquieran una copia fiel del gran libro del saber. Ora et labora. Y ¡ay del copista que no realice una reproducción fiel del original! Ese es marginado,culpado y ninguneado ("nunca serás nada en la vida").
Para empezar a a cambiar este sistema, habría que empezar por los pies. Sí, queridos lectores. Los pies. No es que yo tenga una parafilia especial con esa parte de la anatomía (aunque bien pensado...mmmmm, bueno, eso es carne para otro artículo). Hay que entrar en el aula descalzos. Eso sí, con calcetines, que el invierno es duro. Sentarse en cuclillas tan sólo con una libreta y un lapicero. No con bolígrafo: el lapicero se puede borrar, admite la equivocación, el bolígrafo es la imposición de la Verdad. Todos en círculo, compartiendo experiencias y extrayendo conocimientos válidos de ellas. Y música, siempre falta música en los grises centros de enseñanza. El puesto de dj de un instituto debería ser el más duro de sacar de todos.
Pies descalzos y música. Esa es la clave del cambio.
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