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jueves, 26 de mayo de 2011

El Villar



Soy del Villar del Arzobispo. Bueno, en realidad no, pero puestos a buscar raíces en algún solar patrio, ese es mi lugar. De allí es mi mitad materna. El resto es celta, de Cantabria. Así pues creo que soy uno de esos pocos ejemplares que aún existen de celtíbero puro. Y eso que me he pasado cerca de un mes explicando a mis queridos (algunas) alumnos que los celtíberos no existen, que es un invento de los libros de texto para que todo cuadre...
El Villar es un lugar único en el mundo. Es una mezcla entre el poblado de Astérix y Obélix y el de Amanece que no es poco. Conserva un lenguaje riquísimo en términos que ya están en desuso en el resto del Estado. Y ese acento... ni valenciano ni aragonés, no, es el del Villar.
Allí un borrachín es un piqueta, un vago un marfatán, se comen tramusos (altramuces) en las escalericas del Patronato y cuando se va a coger garrofas (algarrobas) al monte es que se acerca el otoño. Lo que no sé es si se seguirán llevando las esparteñicas de carica y talón (alpargatas de suela de esparto similares a las que lleva los "mozos de escuadra" catalanes).
Hacía ya bastantes años que no iba al Villar, porque me he tirado casi diez años trabajando en el extranjero, de guía. Pero hace dos veranos, he vuelto. Y lo que he hecho ha sido en realidad un viaje en el tiempo. He ido a encontrarme con mis amigos y conocidos de hace quince años, y lo que he visto ha sido a esa misma gente quince años después. Mi coco seguía recordando a la misma peña con 25 tacos, pero me los he encontrado rondando la cuarentena. ¡Joder, cómo se estropean los cuerpos!
Pero lo peor es que al verles a ellos me he visto a mí mismo. Quince años después. ¡Joder, cómo se ha estropeado este cuerpo!

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