Hoy resulta que me encuentro con la noticia de que Telefónica va a echar a 6000 trabajadores (que con los miembros de sus 6000 familias son unas 20000 personas). No conozco a su presidente, pero me jugaría una birrita a que vota al partido de la derecha, ese que defiende los valores de la familia, los valores cristianos, los del maldito liberalismo económico. Seguro que va a misa todos los domingos (y fiestas de guardar) y está a bien con ese dios de los católicos que es cojonudo, porque al fin y al cabo, si ha sido un hijo de la gran puta toda su vida, si se arrepiente en el último momento, se salva y va directito a su vera. Así cualquiera es un tipo tan cabrón.
Acto seguido voy y me entero de que esa misma empresa va a repartir 450 millones de euros (que en pelas es una pasta) entre sus directivos como incentivo. Incentivos ¿para qué? ¿para echar a más trabajadores?. Ante esta situación se me ocurre un par de comentarios. El primero es:
¡VAYA HUEVOS!
El segundo comentario iría más orientado hacia el fomento de la revolución soviética pendiente. Hay que organizarse en asambleas de obreros, campesinos y soldados (en ruso, sóviets). Tras ser convenientemente dirigidos por los cuadros del Partido (allí donde estaré yo, por supuesto, no os preocupéis que no os sentiréis solos), habrá que dirigirse al Palacio de Invierno (en este caso, de la Moncloa), de donde desplazaremos a nuestro Kerenski (el compañero ZP) y procederemos a proclamar al mundo que ya somos como los islandeses, que dirigimos nuestros destinos.
Tras lo cual instauraré la dictadura del proletariado, provisional, mientras desplazamos la propiedad de los medios de producción de esos hijos de puta al Estado.
Propongo que copiemos a la Francia, espejo de revoluciones, y compremos una guillotina para ir aliviando la presión demográfica de la clase burguesa.
Resumiendo, como dice el genial Forges en su Twitter, que Telefónica reparte bonus para sus directivos y malus para sus trabajadores. ¡Hay que joderse!
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