Miradas furtivas entre la gente. Un olor a café recién hecho. Todos hablan, todos respiran, todos hambrientos. Pero allí no hay nadie más que dos personas. Ella y él. Él se acerca, ella teme que traspase su círculo de fuego, él no quiere romperlo. Pero a los dos les gustaría probar el sabor de la sal de sus cuerpos.
Él ha llegado hasta más allá de lo que está permitido, la ha abrazado y la ha estrechado contra su cuerpo túrgido y palpitante. Puede sentir cómo la respiración de ella se acelera, cómo inclina el cuello hacia atrás. Es un presa vencida, necesita sentirle dentro de sí para liberar tanta tensión acumulada.
Ella se desnuda lentamente, como en un ritual primitivo mientras él la observa extasiado, un poco triste ante el final que se le anticipa. Saben los dos que después nada volverá a ser igual.
Y de repente, con un instinto casi asesino, las caderas comienzan a chocar, los cuerpos se tornan dos amasijos de carne y movimientos convulsos pugnando el uno por ocupar el espacio del otro.
Luego, la mirada perdida...
¿Volverán a cruzar su mirada de nuevo entre la gente?
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